Escuchaba ayer a un prestigioso siquiatra, particularmente brillante en sus intervenciones orales. Decía que la mayor epidemia actual en el mundo occidental no es el SIDA, los infartos o los accidentes de tráfico, sino las rupturas matrimoniales. Desde tiempos inmemoriales, la sociedad se asienta sobre la familia, que todavía se considera mayoritariamente como el bien social más apreciado. Esa alta valoración parece convivir con una actitud condesciente ante la extensión del divorcio, como si matrimonio y familia fueran fenómenos desligados. Sabemos por experiencia propia y por tradición histórica que la familia se asienta en el matrimonio, en la estabilidad del amor mutuo entre un hombre y una mujer, que generan nuevas vidas, garantizan la transmisión de los valores éticos, y el soporte de los más débiles, ya sean niños o ancianos. Por eso, urge darle una vitalidad nueva a la institución matrimonial. Por encima de las ideologías, es preciso reconocer que la cultura de la ruptura, del usar y tirar en el matrimonio, tiene impactos sociales muy severos, en la educación de los hijos, en la economía doméstica, en la estabilidad interna de las personas. Como reconocía hace ya algunas años un experto internacional en estos temas: “En general, la investigación acumulada sugiere que la disolución matrimonial implica potencialmente un considerable caos en la vida de las personas (Amato Paul R. (2000). «The consequences of divorce for adults and children», Journal of Marriage & Family 62 (4): pp. 1269–1287).
En este gráfico se muestra la evolución de los datos de matrimonios y divorcios en España en los últimos 15 años, según el Instituto Nacional de Estadística. Hemos pasado en un periodo tan corto de menos de 40.000 rupturas a más de 130.000 (incluyendo divorcios y separaciones). Si a eso se añade la crisis del matrimonio (que se sustituye por otras formas de convivencia), las cifras concluyen que hemos pasado hace 15 años de casi 6 matrimonios por cada divorcio, a 1.5 en 2012. En suma, casí el 65% de los matrimonios en España acaban en ruptura.
Si ha algún sesudo analista social no le parece que esto sea preocupante, a mi desde luego sí, y a otros muchos sociólogos y economistas, que reconocen en la familia el principal armazón de convivencia social, y en estos meses el único alivio de las situaciones dramáticas que la actual crisis económica trae consigo.
¿Y cómo se revierte esta tendencia? Ciertamente son muchos aspectos los que explican la tendencia creciente de rupturas matrimoniales. Una, a mi modo de ver muy sencilla: Egoísmo. Cuando en una pareja cada uno busca su propio interés, las garantías de éxito son pocas. El amor es afirmación del otro, no búsqueda del beneficio propio, sino el de la persona amada. Un santo chileno de nuestros días definía el matrimonio cristiano como "una competencia en darse": justo la actitud contraria de muchas parejas jóvenes, que parecen competir por recibir. No es una actitud exclusiva del matrimonio cristiano, sin duda, pues hay muchos matrimonios de personas no creyentes que son también estables y basados en la generosidad, pero me parece que la actitud de fondo de un cristiano, que base su compromiso en la generosidad y la apertura a la Gracia, tiene muchas más garantías de éxito. Parece que las cifras así lo comprueban. Frente al 65% del promedio general, entre los cristianos practicantes las tasas de ruptura apenas alcanzan el 3%. No es casualidad, cuando Dios fundamenta la unión entre hombre y mujer, dejan de ser 1+1 para ser 2 multiplicado por infinito.
En este gráfico se muestra la evolución de los datos de matrimonios y divorcios en España en los últimos 15 años, según el Instituto Nacional de Estadística. Hemos pasado en un periodo tan corto de menos de 40.000 rupturas a más de 130.000 (incluyendo divorcios y separaciones). Si a eso se añade la crisis del matrimonio (que se sustituye por otras formas de convivencia), las cifras concluyen que hemos pasado hace 15 años de casi 6 matrimonios por cada divorcio, a 1.5 en 2012. En suma, casí el 65% de los matrimonios en España acaban en ruptura.
Si ha algún sesudo analista social no le parece que esto sea preocupante, a mi desde luego sí, y a otros muchos sociólogos y economistas, que reconocen en la familia el principal armazón de convivencia social, y en estos meses el único alivio de las situaciones dramáticas que la actual crisis económica trae consigo.
¿Y cómo se revierte esta tendencia? Ciertamente son muchos aspectos los que explican la tendencia creciente de rupturas matrimoniales. Una, a mi modo de ver muy sencilla: Egoísmo. Cuando en una pareja cada uno busca su propio interés, las garantías de éxito son pocas. El amor es afirmación del otro, no búsqueda del beneficio propio, sino el de la persona amada. Un santo chileno de nuestros días definía el matrimonio cristiano como "una competencia en darse": justo la actitud contraria de muchas parejas jóvenes, que parecen competir por recibir. No es una actitud exclusiva del matrimonio cristiano, sin duda, pues hay muchos matrimonios de personas no creyentes que son también estables y basados en la generosidad, pero me parece que la actitud de fondo de un cristiano, que base su compromiso en la generosidad y la apertura a la Gracia, tiene muchas más garantías de éxito. Parece que las cifras así lo comprueban. Frente al 65% del promedio general, entre los cristianos practicantes las tasas de ruptura apenas alcanzan el 3%. No es casualidad, cuando Dios fundamenta la unión entre hombre y mujer, dejan de ser 1+1 para ser 2 multiplicado por infinito.
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