Estoy leyendo estos días la magnífica biografía de John Henry Newman escrita por su biógrafo más prestigioso, Ian Kerr, publicada en nuestro país en 2010 por ediciones Palabra. Se trata de un extenso trabajo sobre el gran intelectual inglés, beatificado ese mismo por Benedicto XVI. La biografía intenta penetrar en la compleja personalidad de Newman, mostrandonos su pensamiento a través de sus propias palabras, ya que recoge una ingente cantidad de extractos de sus cartas y libros. Newman es un sacerdote y teólogo anglicano, profesor en la Universidad de Oxford, que intenta encontrar una vía intermedia entre el anglicanismo y el catolicismo romano, tomando lo que le parece más verdadero de ambos. Inicia un movimiento de renovación teológica en la década de 1830 con la publicación de una serie de monografías que denomina "Tracts for the Times", a la que se adhieren otros intelectuales preocupados por fundamentar con más solidez la Iglesia anglicana sobre los cimientos de la primitiva tradición cristiana, principalmente los Padres de la Iglesia, que Newman conoce bien gracias a sus trabajos sobre las controversias teológicas de los primeros siglos (arrianismo, monofismo, nestorianismo...). Tras generar un importante debate intelectual, el llamado Movimiento de Oxford, va derivando hacia un creciente convencimiento de que el verdadero progreso en esa tradición histórica sólo conduce
hacia la conversión al catolicismo: el mismo Newman fue recibido en la Iglesia Católica en 1845. Su conversión fue fruto de una búsqueda honesta de la verdad, no de ninguna influencia externa, pues todos sus amigos y su posición profesional estaba vinculada al mundo anglicano. Convencido que en la Iglesia católica está la verdadera tradición cristiana toma una decisión que le supone un intenso dolor, al separarse de todo lo que formaba el armazón de su vida: familia, amigos, trabajo, ambiente... Solo un amor intenso a la verdad puede explicar ese paso.
Sus años en la Iglesia católica no estuvieron tampoco exentos de contradicciones. Aun sintiéndose seguro de sus convicciones, tuvo que lidiar con frecuencia con otros católicos que no tenían una visión tan amplia como la suya. Preocupado por dar una formación intelectual honda a los católicos ingleses, intenta iniciativas en las que no fue suficientemente apoyado por la jerarquía (Universidad Católica de Irlanda, oratorio en Oxford...), discute con los católicos más conservadores, y muestra su desacuerdo con quienes intentan imponer un molde doctrinal. Newman, respetando siempre la autoridad de la Iglesia, va más allá de su tiempo, proponiendo una visión de la educación, del laicado, de las relaciones entre autoridad y conciencia, de la propia Iglesia, que le han valido un reconocimiento unánime posterior, pero fueron para él motivo de sufrimiento.
Entre las muchas lecciones que nos aporta Newman, me parece clave reconocer que un buen intelectual debe guiarse siempre por la verdad, aunque le suponga complicarse la vida, enfrentarse -con amabilidad, que es compatible con la fortaleza- con quienes imponer su estrecho criterio. Callar es más sencillo, evita problemas, incluso consigue honores, pero no es ése el papel que nos pide una fe coherente. Me parecen enseñanzas de enorme actualidad, que nos llevarán en el mundo contemporáneo a la controversia, tanto con quienes quieren expulsar a Dios del debate intelectual, como con quienes se consideran únicos representantes del auténtico cristianismo .
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