Comenzamos un nuevo año, algunos con la ilusión de muchos planes que contemplan como posibles; otros con la pesadumbre de un horizonte que consideran demasiado cerrado; otros, tal vez, con la incertidumbre de estar en un mundo que parece pasarnos por encima sin pedir permiso.
Un año nuevo es un buen momento para hacer balance y plantearse nuevas metas. En este periodo, me parece excelente recordar la conocida oración de Reinhold Niebuhr:
"Señor, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las cosas que puedo y sabiduría para poder diferenciarlas".
Hay cosas que no podemos cambiar, que no dependen directamente de nosotros (la crisis económica, las injusticias que ocurren en el mundo, los defectos de los demás...), aunque podamos contribuir indirectamente a mejorarlas. Hay otras muchas cosas que sí dependen de nuestra decisión: levantarnos a la hora, sin dejarnos llevar por la pereza; hacer bien nuestro trabajo; sonreir a quienes nos rodean; ser optimistas ante las situaciones que parecen difíciles; ser honestos, en fin, adoptar hábitos que mejoren nuestra vida y nos hagan más amables (más fácilmente amados) por los demás. Distinguir entre lo que podemos y no podemos cambiar es clave: si no cambiamos lo que podemos, somos endebles; si intentamos cambiar lo que no podemos, perdemos el tiempo y nos hastiamos. Por eso, es importante pedirle a Dios, en este año que comienza, la sabiduría para distinguir entre ambas, para no quejarnos de cosas que podemos cambiar y cambiarlas, para plantearnos nuevas metas y con coraje sacarlas adealnte; también para no frustarnos ante las que no dependen de nosotros, para no perder la calma cuando hay comportamientos que nos desagradan pero que dependen de la libertad ajena. Esa sabiduría de Dios, nos dará también Su paz, el gozo de saber que hacemos lo que podemos (también con su ayuda), y de poner en sus manos lo que no alcanzan nuestras fuerzas.
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