Hace unas décadas se puso de moda la expresión "salir del armario" para indicar que una persona manifestaba públicamente lo que antes sólo era conocido por unos pocos o, incluso, tal vez era ignorado completamente. La frase se aplicaba principalmente a los que eran homosexuales y, especialmente, a los que tenían una cierta relevancia pública.
Creo que la expresión puede aplicarse a otras muchas facetas de la vida, donde uno puede considerar que manifestar abiertamente lo que es o lo que piensa causará rechazo. Me parece que también podemos utilizar este concepto para referirnos a la manifestación pública de nuestra condición de cristianos. Pese a las raíces culturales de nuestro país, el carácter cristiano de una persona se considera cada vez más como algo marginal, por lo que muchos pueden sentirse tentados a camuflar sus convicciones religiosas, bajo el miedo de que podrían reportarle situaciones desagradables: burlas de compañeros de trabajo o amigos, pérdida de oportunidades de promoción social o profesional, descrédito en las propias opiniones...
A veces, estos prejuicios están basados en situaciones reales. No estoy de acuerdo con que en este país haya una persecución religiosa, como algunos católicos parecen indicar, pero sí resulta evidente que ser cristiano
"Una auténtica fe -que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades" (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 2013, n. 183)
viernes, 16 de diciembre de 2011
lunes, 5 de diciembre de 2011
Preparando la Navidad
Ya han encendido las luces especiales, ya comienzan a verse los primeros adornos, ya empiezan a organizarse las comidas o cenas de confraternización, ya es insistente el reclamo comercial para regalar con ocasión o sin ella, ya los niños -y no tan niños- te "asaltan" para que compres papeletas de algún tipo de sorteo, ligado casi siempre con la lotería,... !ya estamos en Navidad!
Pero, ¿es eso realmente la Navidad?, ¿cuál es el sentido de estas fiestas? ¿de qué tenemos que alegrarnos?, ¿del fin de año, del cambio de calendario, de la proximidad a una celebración tradicional, aunque no se sepa bien de dónde viene la celebración?
Navidad proviene del latín nativitas, que significa nacimiento. ¿De quién? Aunque la Sagrada Escritura no nos da pistas claras para situar el día exacto del nacimiento de Jesús en Belén, los cristianos lo celebramos el 25 de diciembre desde el siglo III, cuando Sexto Julio Africano lo situó en ese día. Para la época del Concilio de Nicea en 325, la iglesia alejandrina ya había fijado el Díes nativitatis et epifaníae de Jesús, que se mantiene desde entonces en la Iglesia Católica, la Iglesia Anglicana, algunas otras Iglesias protestantes y la Iglesia Ortodoxa Rumana; mientras otras iglesias ortodoxas lo sitúan el 7 de enero.
Dejando a un lado esas controversias históricas, la tradición cristiana de Europa ha celebrado desde hace 17 siglos el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, y la alegría por ese acontemiento tan trascendental da un sentido muy hondo a las celebraciones de estos días. La honda alegría por conmemorar la encarnación y nacimiento de nuestro Señor no está reñida con el regocijo, la sana celebración y la licencia de algo extraordinario. De ahí a que las navidades se conviertan en una demonstración de derroche consumista desproporcionado, de jolgorio que raya en el esperpento, de desatino insustancial, va un abismo. Celebramos que Jesús nació en Belén, y eso nos llena de alegría, pero Jesús nació en una cueva, desprovisto de casi todo lo que consideramos imprescindible: sólo tuvo el cariño de sus padres, la compañía de unos animales y, poco después, de unos pastores rudos, pobres, pero que quisieron dar a Jesús lo mejor que tenían. En Belén había alegría, cantos, pero sobre todo una enorme generosidad de quien siendo Dios se quiso hacer hombre, como nosotros, frágil, necesitado. El rostro de la Navidad no es el rostro del desenfreno, sino del cuidado amoroso por quienes son olvidados, quienes son más frágiles, quienes están más necesidados.
Pero, ¿es eso realmente la Navidad?, ¿cuál es el sentido de estas fiestas? ¿de qué tenemos que alegrarnos?, ¿del fin de año, del cambio de calendario, de la proximidad a una celebración tradicional, aunque no se sepa bien de dónde viene la celebración?
Navidad proviene del latín nativitas, que significa nacimiento. ¿De quién? Aunque la Sagrada Escritura no nos da pistas claras para situar el día exacto del nacimiento de Jesús en Belén, los cristianos lo celebramos el 25 de diciembre desde el siglo III, cuando Sexto Julio Africano lo situó en ese día. Para la época del Concilio de Nicea en 325, la iglesia alejandrina ya había fijado el Díes nativitatis et epifaníae de Jesús, que se mantiene desde entonces en la Iglesia Católica, la Iglesia Anglicana, algunas otras Iglesias protestantes y la Iglesia Ortodoxa Rumana; mientras otras iglesias ortodoxas lo sitúan el 7 de enero.
Dejando a un lado esas controversias históricas, la tradición cristiana de Europa ha celebrado desde hace 17 siglos el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, y la alegría por ese acontemiento tan trascendental da un sentido muy hondo a las celebraciones de estos días. La honda alegría por conmemorar la encarnación y nacimiento de nuestro Señor no está reñida con el regocijo, la sana celebración y la licencia de algo extraordinario. De ahí a que las navidades se conviertan en una demonstración de derroche consumista desproporcionado, de jolgorio que raya en el esperpento, de desatino insustancial, va un abismo. Celebramos que Jesús nació en Belén, y eso nos llena de alegría, pero Jesús nació en una cueva, desprovisto de casi todo lo que consideramos imprescindible: sólo tuvo el cariño de sus padres, la compañía de unos animales y, poco después, de unos pastores rudos, pobres, pero que quisieron dar a Jesús lo mejor que tenían. En Belén había alegría, cantos, pero sobre todo una enorme generosidad de quien siendo Dios se quiso hacer hombre, como nosotros, frágil, necesitado. El rostro de la Navidad no es el rostro del desenfreno, sino del cuidado amoroso por quienes son olvidados, quienes son más frágiles, quienes están más necesidados.
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