Me invitaron hace unos días a participar en un programa de debate que dirige Juan Manuel de Prada sobre los límites éticos de la ciencia. No cabe duda que la ciencia ha reportado enormes beneficios a la sociedad, facilitando la aplicación de nuevos conocimientos a la mejora de nuestro bienestar, en campos tan variados como la salud, el trabajo o la comunicación entre personas. El enorme prestigio social que la ciencia y los científicos tienen puede, sin embargo, convertirse en un arma arrojadiza. Los científicos somos personas normales, con las mismas ilusiones y ambiciones que los demás, con la misma predisposición a la virtud o al vicio, a la abnegación y generosidad o a la adulación y egolatria. Por eso, resulta clave considerar que la ciencia no es un absoluto, sino que como cualquier forma de conocimiento tiene también sus limitaciones. A mi modo de ver, las más destacadas serían:
1. La ciencia no explica toda la realidad. La ciencia se preocupa de la realidad material, de aquella que es experimentable, y por tanto no cubre todas las facetas de la vida humana, que son de gran trascendencia para nuestras vidas cotidianas, como sería el caso de la ética, el arte o la afectividad.
2. Tenemos mucho que aprender. La ciencia supone un proceso acumulativo: construimos sobre el legado de nuestros antepasados. Como decía Newton, nos alzamos a hombros de gigantes, de aquellos que supieron tener intuiciones que llevaron a cambiar nuestra manera de entender el mundo que nos rodea. Los científicos no somos genios aislados, sino parte de una cadena de conocimiento. De la misma forma, tampoco la ciencia actual puede considerarse el límite absoluto: nuestras explicaciones actuales pueden verse completamente alteradas si descubrimos fenómenos que no se explican con nuestro actual paradigma.
3. No debe hacerse todo lo que puede hacerse. La ciencia permite realizar ahora experimentos que atentan directamente sobre la dignidad de las personas. El fin no justifica los medios. El intento de curar enfermedades está detrás de los experimentos con presos que se realizaron en la Alemania nazi, o por virólogos estadounidenses en países pobres. Los transgénicos, la energía nuclear, la experimentación con embriones humanos y otros muchos temas requieren de un asesoramiento ético, que no sacrifique a personas en aras del bienestar de otras.
4. Honestidad. La forma de hacer ciencia debe respetar un mínimo de normas éticas, como la concordancia entre conclusiones y resultados, la no manipulación de los mismos, el plagio, el uso abusivo de la autoridad en los equipos de investigación, etc.
A propósito de estos temas, recomiendo a los lectores que asistan a unas jornadas sobre ciencia y religión que estoy organizando con la Fundación Areces. Pueden ver la información completa en la propia web de la Fundación, pulsando aquí:
Para revisar el coloquio al que hacía referencia al inicio, podeis verlo en:
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