lunes, 10 de octubre de 2011

¿Crecimiento sostenible?


Seguimos levantándonos todos los días con noticias más o menos apocalípticas sobre la situación de la economía, que se capitalizamos los bancos, que si Grecia suspende pagos, que si tal o cual empresa se ha dejado hasta los calcetines en la bolsa, y un largo y cotidiano etcétera.
Parece claro que la economía es la preocupación prioritaria de buena parte de los ciudadanos, que sin entender exactamente qué está pasando, ni cuál es su origen, ni mucho menos su solución, sufren las consecuencias de una incertidumbre que repliega buena parte de su confianza en el futuro.
Hemos vivido décadas bastante anómalas si consideramos la Historia en su conjunto. En nuestro continente, casi nunca ha habido una temporada tan larga sin guerras, hambrunas, o grandes desastres naturales. Y nos hemos acostumbrado a vivir bien, siempre es más fácil acostumbrarse a vivir bien. Como dice la abuela de un amigo: "es más fácil ir de bancos a sillas, que de sillas a bancos". No es esa la experiencia de otros países, por ejemplo de algunos de Latinoamérica, que ya saben lo que significa ser ricos y dejar de serlo. En mi generación no tenemos/teníamos esa experiencia, y por eso estamos perplejos ante lo que ocurre y, sobre todo, ante lo que puede ocurrir.
Pero las crisis son también momentos de mirar las cosas de otra manera, de revisar si estamos apuntando en la línea correcta, si nuestro modelo de desarrollo era realmente consistente. No me refiero a su consistencia económica, sino sobre todo a si ese modo de vida nos hace más felices, nos produce mayor satisfacción vital, nos permite gozar más de la familia y los amigos, sentirnos queridos y querer... Cuando falta el dinero o cuando es más difícil conseguirlo, vale la pena replantearse si realmente el dinero da la felicidad o la estorba. Me parece que, en esto, también se cumple el adagio latino: "In medio virtus". Muy pocos recursos materiales reducen las expectativas vitales, nos empequeñecen; Muchos, sin embargo, no multiplican de la misma manera ese bienestar. No es más feliz un niño que proviene de una familia con más recursos, sino tal vez al contrario. Asegurando un mínimo razonable, se pasa un umbral en el que el crecimiento económico no es igual al desarrollo y, mucho menos, a la felicidad. Mantener un tren de vida que está por encima de nuestras posibilidades crea tensiones, esfuerzo por mantener algo artificial, que se paga en sobre-trabajo o en sobre-egoísmo y que acaba provocando hastío.
Aquí también una honda visión cristiana de la vida puede ayudarnos a poner el punto de mira en un balance vital que nos producirá más alegría. Los medios materiales son sólo eso: medios. Sirven en la medida que nos ayudan a cultivar mejor nuestros dones espirituales (la educación, la cultura, las relaciones sociales, la familia...), si no son más bien obstáculos.

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