Ayer felicité por whatsapp a una compañera del departamento, que se llama Inmaculada. Lo hice a través del grupo. A mi felicitación se fueron uniendo las del resto de los integrantes del mismo. Me llamó la atención que varios se extrañaban de mi mensaje, pues obviamente no habían caído en la cuenta de que estabamos celebrando la fiesta de la Inmaculada Concepción. Era fiesta laboral, estaban de fiesta de hecho, pero no sabían bien por qué. Huelga decir que si no identifican la fiesta, menos aún sabrán por qué es fiesta, esto es por qué una conmemoración referida a la Madre de Jesús se considera suficientemente relevante como para que ni ellos, ni casi nadie en España, trabajaran. Menos aún sabrán por qué el Papa va cada 8 de diciembre a poner unas flores a la estatua de la Inmaculada que hay enfrente de la embajada española en Roma, ni por qué está esa estatua precisamente en ese sitio. De ahí a indicarles el papel que tuvo España como nación, y los teólogos españoles, en la declaración de ese dogma, llevaría un largo camino.
Esto es solo un ejemplo de qué pasa cuando uno desconoce una parte importante de la cultura en la que se encuentra inmerso, así de sencillo. Si voy a un templo budista y no sé nada de budismo, no entenderé casi nada de lo que allí observe. Si voy a una mezquita y no sé nada del islam, pasará algo parecido: observaré sin entender a fondo lo que estoy observando.
Hace poco estaba revisando las competencias que recomienda el Consejo de Universidades para extender la sostenibilidad de modo trasversal, a todos los grados. Me dio que pensar uno de ellos, que abogaba porque los estudiantes tuvieran capacidad de entender y estuvieran abiertos a culturas distintas a la suya. Me parece loable ser persona de mente abierta, dispuesto al conocimiento y al diálogo con personas que tienen raíces muy distintas a las nuestras. Ahora bien, eso implica obviamente que tenemos una cultura propia, y que la conocemos bien; en suma, que tenemos algo de lo que dialogar, algún valor que ofrecer. El pasado año estuve en Irán en un congreso, y comentando las costumbres que allí veía con un colega alemán, me indicó que le parecía muy bien que mantuvieran esas tradiciones culturales, pues la cultura propia es raíz de la propia identidad. Lo curioso es que los europeos, tanto él como nosotros, parece que hemos abandonado la cultura propia, de obvias raíces cristianas, para establecernos en una contra-cultura que solo sabe criticar al pasado, en lugar de construir sobre él. Una cultura sin tradición es un artefacto: no puede generarse cultura a base de cuatro tópicos. Así acabamos celebrando Halloween y comprando en el Black Friday. El rechazo a la propia historia, a la tradición cultural de nuestro país es parte de la crisis de valores en que nos encontramos. La cultura es todo: catedrales, fiestas, gastronomía, música, literatura, virtudes, valores, modos de ver el mundo. Si rechazamos la nuestra, sin apenas conocerla, es difícil que construyamos nada que realmente nos enriquezca, que aporte algo al resto del mundo. "Spain is different" solía decirse hace unas décadas. Sí lo es, lo era, quizás lo vuelva a ser si salimos de la amnesia colectiva en la que parecemos haber caído.
Esto es solo un ejemplo de qué pasa cuando uno desconoce una parte importante de la cultura en la que se encuentra inmerso, así de sencillo. Si voy a un templo budista y no sé nada de budismo, no entenderé casi nada de lo que allí observe. Si voy a una mezquita y no sé nada del islam, pasará algo parecido: observaré sin entender a fondo lo que estoy observando.
Hace poco estaba revisando las competencias que recomienda el Consejo de Universidades para extender la sostenibilidad de modo trasversal, a todos los grados. Me dio que pensar uno de ellos, que abogaba porque los estudiantes tuvieran capacidad de entender y estuvieran abiertos a culturas distintas a la suya. Me parece loable ser persona de mente abierta, dispuesto al conocimiento y al diálogo con personas que tienen raíces muy distintas a las nuestras. Ahora bien, eso implica obviamente que tenemos una cultura propia, y que la conocemos bien; en suma, que tenemos algo de lo que dialogar, algún valor que ofrecer. El pasado año estuve en Irán en un congreso, y comentando las costumbres que allí veía con un colega alemán, me indicó que le parecía muy bien que mantuvieran esas tradiciones culturales, pues la cultura propia es raíz de la propia identidad. Lo curioso es que los europeos, tanto él como nosotros, parece que hemos abandonado la cultura propia, de obvias raíces cristianas, para establecernos en una contra-cultura que solo sabe criticar al pasado, en lugar de construir sobre él. Una cultura sin tradición es un artefacto: no puede generarse cultura a base de cuatro tópicos. Así acabamos celebrando Halloween y comprando en el Black Friday. El rechazo a la propia historia, a la tradición cultural de nuestro país es parte de la crisis de valores en que nos encontramos. La cultura es todo: catedrales, fiestas, gastronomía, música, literatura, virtudes, valores, modos de ver el mundo. Si rechazamos la nuestra, sin apenas conocerla, es difícil que construyamos nada que realmente nos enriquezca, que aporte algo al resto del mundo. "Spain is different" solía decirse hace unas décadas. Sí lo es, lo era, quizás lo vuelva a ser si salimos de la amnesia colectiva en la que parecemos haber caído.
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