lunes, 25 de julio de 2016

Animalismo y ecologismo

Tengo un especial interés por el cine como vehículo de transmisión de valores. Como los temas ambientales me resultan muy cercanos, me gusta ver películas que traten estas cuestiones, estudiar qué mensajes difunden y con qué medios artísticos.
Estaba ayer viendo una de las que recomendaron, The Cove, ganadora de un oscar el mejor documental en 2010, si no leí mal la carátula. La película no me pareció merecedora de tan alta distinción, aunque hay que reconerle una buena fotografía y un guión que pretende estar a medio camino entre un documental convencional sobre animales y una trama más o menos detectivesca.
La cuestión que me dio que pensar es la clasificación de esa película como de interés ambiental. Lógicamente para quien juzga estas cuestiones con cierta distancia, cualquier film que trate algo relacionado con la naturaleza es ambiental, pero me parece que conviene ser un poco más estricto y marcar mejor la frontera entre los problemas ambientales y los relacionados con la defensa de los animales. Aunque ambos suelen identificarse en la terminología cotidiana -quizá influida por los medios de comunicación-, es importante señalar que los grupos animalistas -en defensa de los animales- y los ecologistas -en defensa del medio ambiente- no solo no tienen por qué compartir los mismos intereses, sino que a veces pueden tenerlos enfrentados. Los animalistas defienden un trato compasivo con los animales, aunque se enfocan más en los sintientes (mamíferos principalmente), mientras que los ecologistas se preocupan del mantenimiento de los ecosistemas, de los ciclos de vida, en donde tan importante es un animal con capacidad de sufrir, como cualquier otro (un insecto o un molusco), o como una planta. Para el ecologismo, lo importante es mantener funcionando todos los elementos que conforman un determinado territorio, desde el agua y los minerales hasta todos los seres vivos que lo forman, con especial cuidado para aquellos más vulnerables (en peligro de extinción) o los más vitales (los que regulan más nítidamente el medio). Un animal que no aporta nada al ecosistema, como puede ser uno doméstico o de granja, no tiene interés ambiental, salvo la energía y recursos que consume. Para el animalismo parece que es más importante evitar las corridas de toros que el uso de pesticidas contaminantes, que tienen obviamente mucho más impacto ambiental. Los intereses de ambos grupos pueden coincidir en algunos casos, por ejemplo en la protección de mamíferos en peligro de extinción, pero pueden ser divergentes en otros. Este es el caso de la actitud ante las especies exóticas invasoras, que los grupos ecologistas intentan erradicar, mientras los animalistas las favorecen como cualquier otro animal autóctono.
Volviendo a la película The Cove, nunca la recomendaría como película ambiental, pues no trata un problema ambiental, sino un asunto de ética animal: ¿en qué medida es aceptable la caza de cetáceos y, en concreto, de delfin para exhibirlos en parques acuáticos o comerse su carne? Como requiere una película comercial, hay malos-malísimos (los pescadores y funcionarios japoneses) y buenos-buenísimos (los que pretenden salvar los delfines). Poco más.

domingo, 17 de julio de 2016

¿Quitar, poner o dejar el crucifijo?


Parece que con los calores del verano y la ausencia de actividad escolar, el debate sobre la presencia pública de los símbolos religiosos ha quedado aparcado, pero sigue siendo una cuestión de fondo que salta periódicamente, azuzado por los medios que, con ocasión y sin ella, esgrimen su visión laicista más rancia. Cualquier persona que haya viajado por el mundo reconoce en los símbolos religiosos de los distintos países una seña evidente de su historia cultural. Poco sentido tendría que en México ocultarán los monumentos mayas porque alguien contrario a las religiones precolombinas se sintiera ofendido. Lo mismo cabe decir de las estatuas de Buda que adornan no sólo los templos, sino también comercios y restaurantes en Corea o China. A ningún turista ocasional o incluso a ningún trabajador inmigrante en esas tierras se le ocurriría demandar a sus gobiernos por mantener esos símbolos, aunque ninguno de ellos sea oficialmente budista.
De la misma forma, si alguien viene a Europa a visitar o trabajar, parece razonable que admita las imágenes que forman parte de la historia cultural de nuestro continente. Parece que las imágenes sólo ofenden a una minoría muy minoritaria, curiosamente en muchas ocasiones no procedente de otros ámbitos culturales, sino de quienes han renegado del nuestro. El respeto a la libertad religiosa debería convivir con el respeto a las tradiciones culturales. Que alguien lleve un hijab si lo considera un símbolo de sus propias creencias y lo hace libremente, me parece muy bien. Que alguien sugiera quitar un cruficijo de un espacio público cuando ha estado allí por decenios o quizá siglos, me parece una falta de respeto por quienes lo consideramos un símbolo muy querido y por quienes han hecho nuestro país a lo largo de esos siglos. Una vez más hay que recordar que este país no es laico, ni laicista, sino no confesional.
De éstos y otros tema de gran interés trata del último libro publicado por la editorial Digital Reasons. Se titula La Religión en el Espacio Público, y está escrito por el Profesor Rafael Palomino, catedrático de derecho eclesiástico del estado de la Universidad Complutense. Comenta el concepto de los símbolos, su clasificación, y los parámetros jurídicos en que se mueven en relación con otro tipo de símbolos (los que identifican ciertos movimientos sociales o partidos políticos). Finalmente comenta distintas sentencias de tribunales occidentales sobre estas cuestiones, donde se dirime la relación entre tradición histórica y respeto a la libertad religiosa de la minoria, curiosamente mejor ejercida que la de quienes todavía tenemos creencias mayoritarias.

domingo, 10 de julio de 2016

La contaminación acústica

Hace unas semanas hice un paseo en bicicleta por una vía verde. La mañana era primaveral y el paisaje se vestía para la ocasión, con unos colores y olores maravillosos. Pero la primavera no sólo se manifiesta en la vista y en el olfato, sino también en el oído. Los cantos de los pájaros completan la sinfonía que nos ofrece la naturaleza. Cada estación tiene sus propios sonidos, como bien reflejó Vivaldí, aunque la primavera parece que nos comunica una alegría especial. Recordé otro paseo, hace muchos más años, en un bosque tropical en Venezuela, cuando al caer la tarde paramos el coche por el que nos movíamos en una pista forestal y estuchamos una maravillosa coral formada por voces de mil criaturas que despedían al sol hasta el día siguiente.

Compartían conmigo la vía verde varios caminantes y corredores, sobre todo al paso de alguna población más importante. Me llamó la atención que muchos de ellos iban embutidos en sonidos que  no provenían del entorno natural, sino de sus móviles. Me llamó la atención que pasearan por un ambiente cerrando uno de sus sentidos, perdiéndose así algo tan vital como la forma en que las criaturas se comunican entre sí. Estamos tan acostumbrados al ruido que no apreciamos el sonido; estamos tan familiarizados con la música artificial que no distinguimos la natural, cuando aquélla es una simple,  y tantas veces burda, imitación de ésta. Aislarse con los cascos o los auriculares es una forma de entretenimiento, de evasión, pero ¿de qué nos entretiene, de qué nos evade? Quizá de los demás: ponerse los auriculares es una forma de decir que no me interesa lo que tengas que contarme, que me basto a mi mismo para encontrar lo que me hace falta,...
En la certificación ambiental de edificios, uno de los capítulos que se verifica es la contaminación acústica: está bastante comprobado que los ruidos desequilibran a las personas. Quizá también otros ruidos, no sólo los externos, también los que usamos para aislarnos de los demás. La tecnología es excelente para muchas cosas, nefasta para otras. Tenemos tecnología del siglo XXI, pero me parece que algunos de nuestros valores son mucho más arcaicos. Quizá convendría que dejáramos los casos y escuchemos el ambiente que nos rodea, aunque sea urbano, pero sobre todo si es natural, porque hay muchas otras criaturas que también quieren comunicarnos algo, aunque sea sólo su presencia.