Hoy se inicia la vigésimo primera conferencia de las partes del tratado de cambio climático de Naciones Unidas (COP21) en Paris. En juego está la renovación del protocolo de Kyoto, firmado en 1997 y ratificado en 2005 y que ha sido el primer acuerdo internacional de envergadura para mitigar el cambio climático de origen humano. Pocos años antes se había firmado el acuerdo de Montreal, que fomentaba la eliminación de los gases clorofluorados (CFC), principales responsables del deterioro de la capa de Ozono. En ese caso, los países miembros de la ONU aparacaron sus intereses nacionales y tomaron una decisión contundente, basada en las evidencias científicas, para transformar un proceso industrial mediante el uso de tecnologías alternativas. En este caso, se trata de algo similar, sobre una gran base de evidencias científicas, se trata de modificar las fuentes de generación energética, transformando paulatinamente las fósiles por las renovables. La diferencia está en la magnitud de las medidas y en la dependencia de los procesos que se aconseja evitar. Los CFC podían sustituirse por otros gases que facilitaban una alternativa a la refrigeración; en el caso del petróleo, carbón y gas natural, la alternativa requiere una inversión muchísimo mayor, afecta a compañías y países que tienen una gran influencia geopolítica y mediática, y la alternativa tecnológica está todavía en desarrollo. Con estas tres premisas, se entiende que haya tantos intereses volcados en contaminar el dictamen científico o en esgrimir argumentos estratégicos que en el fondo son una cortina de humo para ocultar sus intereses nacionales. Los países emergentes claman por el derecho a seguir emitiendo para garantizar su desarrollo; algunos de los más desarrollados (EE.UU. en particular) dicen que no tiene sentido comprometerse en acuerdos cuando no van a vincular a quienes ahora más emiten o van a emitir (China, India, Brasil...); los más concienciados (Europa) apuestan por un compromiso serio, y los más pobres, sufren las consecuencias de los impactos y no pueden hacer mucho más que protestar. Así las cosas, la cumbre de Paris es un encuentro clave para abordar un acuerdo global, consistente y estable, que vaya en la correcta dirección, que implique profundas reformas en el sistema energético, transferencia de tecnología a los países emergentes y serio compromiso con la reducción de la deforestación, entre otros.
Muchos líderes morales han hecho un llamamiento a la consecución de acuerdos globales, basados en la responsabilidad que tenemos con la conservación del planeta. El Papa lo ha hecho en múltiples ocasiones, de manera más solemne en su última encíclica: “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (Laudato si, n. 22). “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo” (Laudato si, n. 25)
Muchos líderes morales han hecho un llamamiento a la consecución de acuerdos globales, basados en la responsabilidad que tenemos con la conservación del planeta. El Papa lo ha hecho en múltiples ocasiones, de manera más solemne en su última encíclica: “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (Laudato si, n. 22). “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo” (Laudato si, n. 25)