domingo, 27 de septiembre de 2015

Consumo y ecología

Todas las personas tienen, en mayor o menor medida, una tendencia a buscar un ideal, un marco que consideran idóneo para afrontar una determinada situación que perciben como problemática. En pocas palabras, casi todos queremos mejorar el mundo. Hay personas que son más idealistas y se enfrentan a grandes problemas, y otros que se conforman con intentar mejorar lo que les rodea; también, hay quien ha "tirado la toalla" y considera que no puede hacerse nada, o incluso quien ha cambiado de opinión y lo que antes consideraba desdeñable ahora le parece de lo más aceptable.
Uno de los frentes donde ese "cambiar el mundo" se ofrece ahora como más atractivo es el ambiental. Casi todos queremos hacer de este planeta un entorno más limpio, más acogedor, más sostenible para las generaciones actuales y futuras. Sin embargo, en la práctica, muchos de estos "idealistas ambientales" acaban por pensar que la solución de los problemas les excede tan grandemente que su contribución es irrelevante y, por tanto, acaban por no hacer nada. Me parece que en todos los frentes, y principalmente en el ambiental, esa actitud no conduce a ningún sitio, y que la única solución de los problemas mundiales es implicarse, ser mucho más activos. En las cuestiones ambientales tenemos varias razones de peso. Por un lado, algunos problemas ambientales tienen ciertamente una dimensión global (cambio climático, biodiversidad, contaminación del océano...), pero otros son mucho más locales (residuos, infraestructuras, contaminación local del aire o del agua), y ahí la excusa de que el problema nos excede es mucho menos justificable. Por otro lado, incluso en problemas globales nuestra contribución es muy importante para conseguir mover a otras personas en esa dirección, y en última instancia para presionar con nuestras reclamaciones a quienes ostentan el poder para cambiar la raíz de las causas de la degradación. Nos ha recordado la importancia de esta actitud pro-activa el Papa Francisco en su última encíclica: todos tenemos la capacidad de cambiar el "estado de cosas".
Una manifestación clara de ese cambio es revisar nuestros hábitos de consumo. Qué y cuánto consumimos indica una cierta actitud ante la vida. Si pensamos que consumir nos dará la felicidad, que seremos más dichosos cuanto más poseamos, tenemos una visión bastante pobre de los valores humanos. Como bien dice el Papa: "Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir" (Papa Francisco, Laudato si, 2015, n. 204). Poseer es un sucedáneo de ser: tener más no es lo mismo que ser más. No se es más generoso, amable, alegre, honesto o trabajador porque se tengan más cosas: es más, precisamente teniéndo más cosas es mayor la probabilidad de que esas cosas nos "tengan" a nosotros. Basta echar una ojeada a las horas que la gente emplea en móviles o en video-juegos para darse cuenta la diferencia entre consumir y ser, entre disfrutar del tiempo y agotarlo. Es cuestión de voluntad y de motivación interior, de valores., cada uno los que le parezcan más sólidos. También los cristianos tenemos enormes razones para ese cambio en el patrón de consumo, para entender de otra forma nuestra relación con lo que somos y tenemos: "La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo" (Papa Francisco, Laudato si, 2015, n. 222).

domingo, 20 de septiembre de 2015

Nacionalismo y generosidad

Llegue el jueves de un viaje a Rumanía, un país muy interesante desde diversos puntos de vista, y muy cercano a nuestro país ahora, ya que contamos con una notable comunidad rumana viviendo en nuestras ciudades. Hablaba con unos profesores de la Universidad de Bucarest, con los que hice un salida de campo, de las diversas circunstancias sociales y económicas de la historia reciente de ese país, y les pregunté si había movimientos internos que abocaran por la separación en las regiones históricas que lo forman. Conviene recordar que Rumanía solo existe desde 1881, y fue formada principalemnte con tres regiones de características biogeográficas y sociales bien distintas: Transilvania (incluye la mayor parte de los Cárpatos), Valaquia (al sur del País, en la llanura del Danubio), y Moldavia (al Este, buena parte de esta región es ahora un país independiente). Es curioso que un país que apenas cuenta con 140 años de vida no tenga tensiones separatistas. Tampoco parece tenerlas Alemania o Italia (el asunto de la Padania no deja de ser más bien anecdótico), que existe como tales desde 1870.
Pensaba en esta cuestión ante el bombardeo informativo que llevamos padeciendo en los últimos meses (años?) con el tema de la posible independencia de Cataluña. Hablando con amigos catalanes este verano, parece que el sentir de las calles es bastante favorable a la separación, sobre argumentos que parecen muy endebles, pero que han conseguido calar en la sociedad hasta llegar a un punto de tensión muy notable. Que una determinada región de un país tenga un idioma o una cultura propia es muy de alegrarse, ya que un país no puede ser monolítico. Que esas diferencias justifiquen la separación cuando hay una historia compartida de más de 500 años resulta llamativo. Las mismas diferencias entre Cataluña y el resto de España tiene la Cataluña francesa con el resto de Francia. Lo mismo cabe decir del país vasco francés. ¿Como pueden tirarse por la borda 500 años de convivencia pacífica en el seno de un país diverso? ¿Que pasará con las familias que tienen distintos puntos de vista? ¿Qué con las que tienen raíces en otras regiones?
Aparentemente, el arguemento de fondo para la posible separación es que "todos los males vienen de Madrid", o dicho de otra forma, "la independencia resolverá todos los problemas". Cando seamos independientes, no habrá listas de espera, la educación mejorará, los impuestos bajarán, la vivienda será más accesible, las empresas serán más competitivas,... ¿Realmente puede pensar eso una persona razonablemente inteligente? Parece que sí, a juzgar por el apoyo que reciben los partidarios de la independencia. Visto desde fuera, solo veo en el fondo razones de un cierto egoísmo social. Pagamos más de lo que recibimos, porque producimos/trabajamos más. No importa cómo se ha conseguido esa riqueza, sus raíces históricas, la importancia de la migración o del comercio interior. Pero en cualquier sociedad moderna, aceptamos pacíficamente que paguen más los que más tienen para que los que menos tienen tengan lo suficiente. Es una cuestión de generosidad, de estar convencido que cuando el barco tiene problemas tenemos que remar todos, no de cambiar de barco quien tiene recursos para hacerlo.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Involución humana en el matrimonio

Hace unos meses leí un libro de un buen amigo, Ignacio Martínez-Mendizabal, paleontólogo de gran prestigio que lleva muchos años trabajando en Atapuerca. Hacía una revisión en su obra de los grandes hitos en la historia de la evolución humana, desde los primeros homínidos al homo sapiens actual. Indicaba en su obra que la evolución no es ni única, ni principalmente siquiera, un proceso biofísico, sino una mezcla entre mutaciones genéticas y progreso cultural. En otras palabras, los avances de nuestros antepasados hasta lo que entendemos por hombre moderno son fruto de patrones culturales que han permitido que la especie tuviera una pervivencia inimaginable por sus propias características fisiológicas. Es obvio que si no hubieran sido seres sociales, los primeros homínidos hubieran sucumbido ante especies mucho más grandes, más fuertes y más veloces que ellos, conviertiéndose de cazadores en presas.
Uno de esos saltos evolutivos de origen cultural que comentaba Ignacio era el monoparentalismo. Los primeros homínidos tenían poca capacidad reproductiva porque las hembras tenían que cuidar de las crias y alimentarlas simultáneamente, además de transportarlas y evitar depredadores. Cuando consiguieron que el padre de la criatura buscara los alimentos para ambos, la tasa de supervivencia infantil aumentó mucho y eso permitió expandir las poblaciones. Eso suponía claro está la monogamia, esto es, la formación de parejas estables. En pocas palabras, lo que hoy podríamos llamar la fidelidad conyugal supuso una ventaja muy considerable para nuestros antepasados, al permitirles tener más hijos y que pervivieran.
Todo lo que digo hasta aquí parece obvio, tan obvio como para que resulte difícil de discutir. Y, sin embargo, a lo que estamos asistiendo en las últimas décadas es precisamente a lo contrario: estamos destruyendo la unión conyugal sobre la que se funda la base del desarrollo humano. La aceptación social del divorcio supone, a mi modo de ver, un paso hacia la autodestrucción de la especie humana, que está directamente ligado, por otro lado, con la drástica reducción en las tasas de natalidad. Ciertamente, algunas de las funciones que antaño sólo podía hacer el nucleo conyugal, ahora se trasladan a los servicios sociales que poseen los estados más consolidados, pero ciertamente otros muchos no. Llama la atención la frivolidad con la que se observan estadísticas que resultan sumamente preocupantes (las últimas que leí indicaban que en España 7 de cada 10 matrimonios se rompen), por los impactos sociales, educativos y sanitarios que tienen. No estoy juzgando ningún caso concreto, obviamente, sino una tendencia. Tendríamos que reflexionar como sociedad sobre este problema; en primer lugar identificarlo como tal, y buscar su origen y analizar sus consecuencias, recuperando el valor del compromiso y la estabilidad vital, en bien de la sociedad, de cada familia y de cada persona.

domingo, 6 de septiembre de 2015

La mirada de la Ciencia no basta

El relativismo se ha implantado en la sociedad contemporánea como un forma estándar de acercarnos a la realidad; casi todo es fruto del punto de partida de quien enjuicia las cosas y no tanto de cómo son las cosas en sí, lo que dificulta encontrar un sólido terreno sobre el que edificar cualquier intercambio de ideas. Casi todo es discutible, opinable, fruto de la interpretación que cada uno haya elegido... Pero ese planteamiento mina el conocimiento humano; si todo depende del punto de partida, no podemos entender la realidad, sino solo interpretarla. La excepción a ese estado mental es el método científico, que aparentemente asegura que podamos hablar objetivamente. Solo la ciencia empírica es capaz de conocer la realidad, de medirla y modificarla. Parece que solo la Ciencia proporciona garantía de veracidad: si los datos medibles confirman una hipótesis, podemos darla por buena, y ése es el único medio de avanzar en el conocimiento: todo lo demás es opinión de cada uno, y ni siquiera vale la pena discutir sobre su veracidad.
Naturalmente que ese planteamiento es muy simplificador. Por un lado, se desconoce que la Ciencia tiene muchas limitaciones; para empezar la propia de su método, pues sólo mide la realidad material. Hay muchas cuestiones que nos preocupan día a día y que no son medibles científicamente, desde el amor de una madre, hasta los valores éticos o las fluctuaciones de la economía. Que la Ciencia es limitada lo saben en primer lugar los propios científicos, que conocen las incertidumbres asociados a cualquier medición de la realidad, la fragilidad de las hipótesis, la dificultad de establecer principios inmutables.
El Dr. Alejandro Serani tiene la virtud de compartir un perfil científico y filosófico. Es un especialista en neurofisiología que ha sabido completar las carencias de la Ciencia con la Filosofía para proporcionarnos una visión mucho más integrada de qué somos y cómo se relacionan esos dos principios, mente y cerebro, que forman nuestro yo. En su último libro: Mente y cerebro. Una comprensión biofilosófica del viviente animal, el profesor Serani proporciona una visón muy interesante sobre las relaciones entre nuestra estructura fisiológica y nuestro conocimiento. El supuesto dilema entre mente y cerebro, un principio espiritual y otro material, que han intentado eliminar removiendo la parte espiritual o la material, sólo se resuelve mediante la unión personal, ya que son parte de la realidad de cada ser humano. La Ciencia es un instrumento maravilloso de conocimiento, pero no es suficiente; no toda la realidad es científica. Es preciso conocer otros enfoques, otras visiones de la realidad que nos permiten entenderla en toda su riqueza.