Hace unos años escribía uno de nuestros eminentes historiadores, Claudio Sánchez-Albornoz, con el bagaje que le otorgaba también su amplia experiencia política (fue Ministro durante la República y uno de sus presidentes en el exilio): "En la calle todos debemos y podemos defender y predicar nuestras ideas. Hay dos recintos que rechazan por su misma naturaleza las gestas políticas: los templos elevados en honra del Altísimo y las Universidades. Y si las Universidades dejan de ser lugares de estudio y meditación para mudarse, prostituyéndose, en ágoras de acción revolucionaria, como está sucediendo, no vacilo en profetizar la crisis total, irremediable, de la cultura occidental”. Muchos están viviendo con desazón los cambios que se producen en la vida pública española y, a mi modo de ver, corrren el riesgo de confundir la consecuencia con la causa. No se trata de que las convulsiones políticas sean consecuencia de la crisis económica y social que estamos viviendo, sino más bien me parece que son un reflejo de algo más profundo, que bien calificó Sánchez-Albornoz como crisis cultural. El populismo es una atajo fácil, que conduce a un precipicio sin puente: es claro que hay que pasar al otro lado, pero sin puente el atajo se convierte en una marcha a ningún sitio.
Por ejemplo, la cuestión de la corrupción que parece estar en lo más alto de las prioridades de los votantes españoles, no creo que sea problema de tal o cual partido político, sino algo más de fondo, una corrupción admitida socialmente que pone por delante el interés propio a la verdad de las cosas y, como consecuencia, al bien. Aunque el juicio social sea mucho más severo con un político que exige una comisión, que con un profesional que no factura, un contribuyente que defrauda o un estudiante que copia un examen, la actitud de fondo es la misma.
Me parece clave que recuperemos el sentido más profundo de la educación, único remedio para atajar estos males, al restaurar la integridad moral que como sociedad hemos perdido. Nuestro gran humanista del Renacimiento, Luis Vives, afirmaba que "la verdadera cultura sólo es la que conduce a la virtud como meta”. En resumen, educar no es sólo transmitir conocimientos, informar, sino principalmente transmitir valores, ideales, ganas de cambiar el mundo porque en primer lugar queremos cambiar nosotros. “La finalidad de las letras es hacer al joven más sabio y, por lo tanto, mejor”, decía el mismo Luis Vives, definiendo la Universidad, como "... una reunión y una conformidad de hombres sabios, y, al mismo tiempo, buenos, reunidos para convertir en hombres de tal índole a quienes acudieran allí para aprender”. En tiempos convulsos, tenemos que acudir a las raíces, reflexionar sobre cómo abordamos la tarea más importante que compete a una generación: pasar lo mejor de sí misma a las siguientes, enseñando sus logros, sus mejores valores. Recomiendo en este sentido el libro que reciente publica la Editorial Digital Reasons, que los profesores Obarrio Moreno y Masferrer, autores del trabajo, muy sabiamente titulan: La universidad. Lo que ha sido, lo que es y lo que debiera ser. Se trata de una magnífica reflexión sobre el sentido último de la educación universitaria, recorriendo sus raíces históricas, reflexionando sobre su posición actual y sus perspectivas futuras, en un ejercicio lúcido de crítica sobre el modelo mercantilista en el que quieren convertir nuestros aerópagos.
Por ejemplo, la cuestión de la corrupción que parece estar en lo más alto de las prioridades de los votantes españoles, no creo que sea problema de tal o cual partido político, sino algo más de fondo, una corrupción admitida socialmente que pone por delante el interés propio a la verdad de las cosas y, como consecuencia, al bien. Aunque el juicio social sea mucho más severo con un político que exige una comisión, que con un profesional que no factura, un contribuyente que defrauda o un estudiante que copia un examen, la actitud de fondo es la misma.
Me parece clave que recuperemos el sentido más profundo de la educación, único remedio para atajar estos males, al restaurar la integridad moral que como sociedad hemos perdido. Nuestro gran humanista del Renacimiento, Luis Vives, afirmaba que "la verdadera cultura sólo es la que conduce a la virtud como meta”. En resumen, educar no es sólo transmitir conocimientos, informar, sino principalmente transmitir valores, ideales, ganas de cambiar el mundo porque en primer lugar queremos cambiar nosotros. “La finalidad de las letras es hacer al joven más sabio y, por lo tanto, mejor”, decía el mismo Luis Vives, definiendo la Universidad, como "... una reunión y una conformidad de hombres sabios, y, al mismo tiempo, buenos, reunidos para convertir en hombres de tal índole a quienes acudieran allí para aprender”. En tiempos convulsos, tenemos que acudir a las raíces, reflexionar sobre cómo abordamos la tarea más importante que compete a una generación: pasar lo mejor de sí misma a las siguientes, enseñando sus logros, sus mejores valores. Recomiendo en este sentido el libro que reciente publica la Editorial Digital Reasons, que los profesores Obarrio Moreno y Masferrer, autores del trabajo, muy sabiamente titulan: La universidad. Lo que ha sido, lo que es y lo que debiera ser. Se trata de una magnífica reflexión sobre el sentido último de la educación universitaria, recorriendo sus raíces históricas, reflexionando sobre su posición actual y sus perspectivas futuras, en un ejercicio lúcido de crítica sobre el modelo mercantilista en el que quieren convertir nuestros aerópagos.
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