El periodista británico Malcom Muggeridge escribió sobre su biografiada Teresa de Calcuta: “Tiene la inestimable ventaja de no ver nunca la televisión, de no oír la radio y de no leer los periódicos, por lo que posee una clara visión de lo que sucede en el mundo”. La cita la recoge Antoni Coll en su libro "Dios y los periódicos", que acaba de publicar la editorial Digital Reasons. Se trata de una interesante reflexión personal sobre múltiples factores que afectan a la información que proporcionan los medios: su objetividad, su influencia, sus conexiones con verdades hondas que a veces se camuflan, cuando no se manipulan completamente, al hilo de los intereses que hay detras de quien dirije los grupos de opinión. Vivimos en una sociedad globalizada, donde las fuentes de información son muy variadas, aunque cada vez nos llegan más por un unico canal: nuestra conexión a internet, ya sea con el móvil, la tableta o el ordenador. Ahora es sencillo escapar de quienes convierten su dominio en los medios en un vehículo para difundir su particular visión del mundo como si fuera la única posible. Hay medios en muchos países, en múltiples idiomas, que informan desde distintos ángulos. No es necesario quedarse solo con una versión de los hechos.
Coincidí en mi último vuelo con un estudiante universitario de Barcelona. Como era esperable, salió el tema de la consulta independentista que impulsa el gobierno catalán. Resulta fácil concluir que una de las mejores formas de acercar posiciones sería obligar , si esto fuera posible, y durante un tiempo razonable, a que los partidarios de la consulta leyeran los periódicos, escucharan la radio y vieran la televisión de los medios que la niegan, y viceversa: al menos todos habríamos ganado un poco en entender por qué la gente piensa como piensa. La influencia de la visión que dan los medios es enorme, no voy a descubrirlo yo; también debería serlo su responsabilidad para conocer las consecuencias de esas posturas radicales, ya sea en promover un referendum, en condenar a personas o instituciones antes de que se demuestre su culpabilidad, en propalar rumores infundados o en ocultar hechos que lesionen a quienes sustentan esos medios. El sesgo de los medios es evidente, tanto de los públicos -bastante grave a mi modo de ver- como el de los privados, más legítimo, pero también torticero, pues un medio debería servir en primer lugar a la verdad y luego a quien lo financia. Ante ello, sólo cabe acudir a las fuentes. Por ejemplo, ante el diluvio de disparates, simplificaciones, interpretaciones interesadas, y conclusiones imaginadas que ha rodeado al último sínodo de los obispos sobre la familia, ¿qué mejor que leer las fuentes?
Coincidí en mi último vuelo con un estudiante universitario de Barcelona. Como era esperable, salió el tema de la consulta independentista que impulsa el gobierno catalán. Resulta fácil concluir que una de las mejores formas de acercar posiciones sería obligar , si esto fuera posible, y durante un tiempo razonable, a que los partidarios de la consulta leyeran los periódicos, escucharan la radio y vieran la televisión de los medios que la niegan, y viceversa: al menos todos habríamos ganado un poco en entender por qué la gente piensa como piensa. La influencia de la visión que dan los medios es enorme, no voy a descubrirlo yo; también debería serlo su responsabilidad para conocer las consecuencias de esas posturas radicales, ya sea en promover un referendum, en condenar a personas o instituciones antes de que se demuestre su culpabilidad, en propalar rumores infundados o en ocultar hechos que lesionen a quienes sustentan esos medios. El sesgo de los medios es evidente, tanto de los públicos -bastante grave a mi modo de ver- como el de los privados, más legítimo, pero también torticero, pues un medio debería servir en primer lugar a la verdad y luego a quien lo financia. Ante ello, sólo cabe acudir a las fuentes. Por ejemplo, ante el diluvio de disparates, simplificaciones, interpretaciones interesadas, y conclusiones imaginadas que ha rodeado al último sínodo de los obispos sobre la familia, ¿qué mejor que leer las fuentes?