Los católicos estamos convencidos que la Iglesia es mucho más que lo que vemos. Personas que no entienden bien la Iglesia tienden a pensar que es simplemente una estructura humana donde es difícil encontrar los principios del Evangelio. Una sociedad formada por personas que muchas veces no han mostrado bien el verdadero rostro de Jesús, que no han llevado vidas ejemplares. Ciertamente en la historia de la Iglesia ha habido periodos oscuros, donde incluso los principales líderes de la Iglesia han evidenciado carencias humanas, comportamientos poco consecuentes con las palabras de Jesús. Un análisis más profundo del pasado también debería considerar los millones de personas que han sido mejores personas gracias a su Fe, más entregados a los demás, más justos, más honestos, más felices... Los ejemplos nefastos han sido y son noticia porque son una inmensa minoría. No es noticia que un mafioso cometa atrocidades, sí lo que es que sea un sacerdote u obispo lo haga, y nos resulta escandaloso ciertamente, pero no puede juzgarse a millones de personas por la conducta de unos cientos.
En la historia de la Iglesia encontramos periodos donde ni siquiera los Papas mantenían una conducta ejemplar, particularmente en el periodo previo a la Ruptura protestante, lo que ciertamente fue una de las causas del cisma que aún separa a millones de cristianos. En un libro que recogía la correspondencia epistolar entre Ronald Knox, un católico converso inglés, y Arnold Lunn, intelectual protestante amigo suyo que finalmente acabó también siendo recibido en la Iglesia Católica, comentaba el primero que no deberíamos escandalizarnos de esas conductas inmorales, pues la Iglesia no es sólo para los perfectos, sino para quienes tenemos defectos."Desde hace bastante tiempo pienso que la diferencia real entre la visión católica y protestante del cristianismo es que mientras nosotros pensamos que la Iglesia es una especie de cajón de sastre, con buenas y malas prendas, con gente que se salvará junto a otros que no, los protestantes siempre piensan que la Iglesia es una asamblea de elegidos. No sé bien cómo un cristiano puede conjuntar esa visión con las parábolas del Señor (…) A mi me parece que una de las razones por las que el Señor eligió a Judas como apóstol fue porque quería prepararnos, desde el principio, contra cualquier posible escándalo de nuestras conciencias. Si Judas puede considerarse como un apóstol de Cristo, no veo por qué Alejandro VI (uno de los Papas menso ejemplares) no puede ser su vicario".
Me sirve estos párrafos de introducción -quizá excesivamente larga- a la gran fiesta que celebramos hoy los católicos, con la canonización de dos Papas ciertamente muy ejemplares y muy cercanos a nosotros. Curiosamente, son ahora mayores las críticas a la Iglesia cuando es difícil encontrar otra época en donde hayamos tenido una sucesión tan continuada de Papas excepcionales (también incluyo aquí a Benedicto XVI y a Francisco), por sus dotes personales, por su cercanía a una vida radicalmente evangélica. Se sigue viviendo de tópicos del pasado -casi siempre mal documentados- y no se aprecía el rastro de bien, verdad y amor que han sembrado quienes han liderado la Iglesia en las últimas décadas. San Juan Pablo II y San Juan XXIII movieron el mundo, movieron la Iglesia también, hacia un lugar más digno del ser humano y del resto de las criaturas, supieron defender a los más débiles, clamar por la paz, estar al lado de quienes sufren, sufrir ellos mismos con un sentido más hondo, darse a todos.
En la historia de la Iglesia encontramos periodos donde ni siquiera los Papas mantenían una conducta ejemplar, particularmente en el periodo previo a la Ruptura protestante, lo que ciertamente fue una de las causas del cisma que aún separa a millones de cristianos. En un libro que recogía la correspondencia epistolar entre Ronald Knox, un católico converso inglés, y Arnold Lunn, intelectual protestante amigo suyo que finalmente acabó también siendo recibido en la Iglesia Católica, comentaba el primero que no deberíamos escandalizarnos de esas conductas inmorales, pues la Iglesia no es sólo para los perfectos, sino para quienes tenemos defectos."Desde hace bastante tiempo pienso que la diferencia real entre la visión católica y protestante del cristianismo es que mientras nosotros pensamos que la Iglesia es una especie de cajón de sastre, con buenas y malas prendas, con gente que se salvará junto a otros que no, los protestantes siempre piensan que la Iglesia es una asamblea de elegidos. No sé bien cómo un cristiano puede conjuntar esa visión con las parábolas del Señor (…) A mi me parece que una de las razones por las que el Señor eligió a Judas como apóstol fue porque quería prepararnos, desde el principio, contra cualquier posible escándalo de nuestras conciencias. Si Judas puede considerarse como un apóstol de Cristo, no veo por qué Alejandro VI (uno de los Papas menso ejemplares) no puede ser su vicario".
Me sirve estos párrafos de introducción -quizá excesivamente larga- a la gran fiesta que celebramos hoy los católicos, con la canonización de dos Papas ciertamente muy ejemplares y muy cercanos a nosotros. Curiosamente, son ahora mayores las críticas a la Iglesia cuando es difícil encontrar otra época en donde hayamos tenido una sucesión tan continuada de Papas excepcionales (también incluyo aquí a Benedicto XVI y a Francisco), por sus dotes personales, por su cercanía a una vida radicalmente evangélica. Se sigue viviendo de tópicos del pasado -casi siempre mal documentados- y no se aprecía el rastro de bien, verdad y amor que han sembrado quienes han liderado la Iglesia en las últimas décadas. San Juan Pablo II y San Juan XXIII movieron el mundo, movieron la Iglesia también, hacia un lugar más digno del ser humano y del resto de las criaturas, supieron defender a los más débiles, clamar por la paz, estar al lado de quienes sufren, sufrir ellos mismos con un sentido más hondo, darse a todos.