Estoy leyendo estos días, "El Señor" un libro que publicó Romano Guardini en 1937, y que recoge una serie de homilias sobre la vida de Jesús que este sacerdote alemán predicó entre los años veinte y treinta del pasado siglo. Como buen pensador germano, Guardini no es fácil de leer, pero aporta luces de gran calado. Me parece especialmente brillante su comentario a propósito del sermón de la montaña, uno de los más emblemáticos de Jesucristo, que de alguna manera define la excelencia del Cristianismo. Se pregunta Guardini si es posible seguir al pie de la letra lo que dice ahí el Señor, si alguien puede realmente amar a sus enemigos, o poner la mejilla contraria después de ser golpeado, y responde que ni siquiera era esa realmente la postura de Cristo, ya que en otro momento de su vida, cuando fue de hecho abofeteado por un guardia del Sanedrín, apeló a la justicia: "si he hablado mal, muestrame en qué, y si bien, ¿por qué me pegas?"
Efectivamente, si uno interpreta literalmente muchos párrafos del Evangelio, sólo queda la frustación, pues parecen sobrehumanos. A la vez, si uno los interpreta frivolamente, le queda la mediocridad. No creo que Jesús quiera ninguno de esos dos extremos. ¿dónde nos quedamos entonces? Precisamente esta es una de las tareas más sustanciales de la Iglesia: juzgar con prudencia qué quería decir Jesús exactamente. Tan poco cristiano resulta quien considera que todo puede ajustarse a mi conveniencia personal, haciendome una religión a la carta, fruto de mi interés, como quien piensa que sólo cabe el camino de lo excelso, que ni ellos mismos se atreven a recorrer. Entre los puristas, que piensan que todos los demás están equivocados, y los conformistas, que todo les parece bien, está la honradez de quien quiere tender a la santidad, como Jesús nos ha pedido, pero a la vez se da cuenta de que solo Dios puede darnos las fuerzas para conseguirlo, pues naturalmente no podremos nunca alcanzarlo. Y ahí o admitidos que la Iglesia es Jesucristo en la historia, y confiamos en su providencial guía, o perderemos la esperanza. Lo resume muy bien Guardini cuando afirma: "Hay una forma de cristianimo que acentúa la exigencia del Señor con toda su crudeza y considera decadente cualquier concesión a la debilidad humana. Dice: ¡Todo o nada! Pero después, o saca la conclusión de que sólo unos pocos son capaces de cumplir lo exisgido, mientras que la mayoría se pierde, o sostiene que el hombre no puede nada en absoluto y, en consecuencia, no le queda más remedio que aceptar su incapacidad y confiar en la misericordia de Dios. En ambos casos la Iglesia aparece como obra humana y, a la vez, como desecho...."
Efectivamente, si uno interpreta literalmente muchos párrafos del Evangelio, sólo queda la frustación, pues parecen sobrehumanos. A la vez, si uno los interpreta frivolamente, le queda la mediocridad. No creo que Jesús quiera ninguno de esos dos extremos. ¿dónde nos quedamos entonces? Precisamente esta es una de las tareas más sustanciales de la Iglesia: juzgar con prudencia qué quería decir Jesús exactamente. Tan poco cristiano resulta quien considera que todo puede ajustarse a mi conveniencia personal, haciendome una religión a la carta, fruto de mi interés, como quien piensa que sólo cabe el camino de lo excelso, que ni ellos mismos se atreven a recorrer. Entre los puristas, que piensan que todos los demás están equivocados, y los conformistas, que todo les parece bien, está la honradez de quien quiere tender a la santidad, como Jesús nos ha pedido, pero a la vez se da cuenta de que solo Dios puede darnos las fuerzas para conseguirlo, pues naturalmente no podremos nunca alcanzarlo. Y ahí o admitidos que la Iglesia es Jesucristo en la historia, y confiamos en su providencial guía, o perderemos la esperanza. Lo resume muy bien Guardini cuando afirma: "Hay una forma de cristianimo que acentúa la exigencia del Señor con toda su crudeza y considera decadente cualquier concesión a la debilidad humana. Dice: ¡Todo o nada! Pero después, o saca la conclusión de que sólo unos pocos son capaces de cumplir lo exisgido, mientras que la mayoría se pierde, o sostiene que el hombre no puede nada en absoluto y, en consecuencia, no le queda más remedio que aceptar su incapacidad y confiar en la misericordia de Dios. En ambos casos la Iglesia aparece como obra humana y, a la vez, como desecho...."
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