domingo, 5 de mayo de 2013

La moralidad de la corrupción

La última encuesta del CIS vuelve a poner en evidencia la preocupación de los ciudadanos por la
tomada de un blog peruano
corrupción política en nuestro país, lo que no sorprende a nadie, pues es tema frecuente de conversación y exasperación. Creo que casi todos estaremos de acuerdo en que el origen último de estos casos es la avaricia humana, que buscando el propio beneficio -casi siempre en forma de bienes materiales- acaba traicionando la confianza de quien le eligió para un determinado puesto de responsabilidad (ya sea político, banquero, funcionario o empresario). También me parece que esa persona se acaba traicionando a si mismo, a sus propias conviccione morales, porque estoy convencido de que el corrupto no es de un carácter especial, sino más bien una persona corriente, que simplemente ha traspasado muchas más líneas rojas que los demás. Aquí, como en el espisodio de la pecadora sorprendida en adulterio que nos narra San Juan (cap. 8; 3-11), me parece que todos deberíamos reflexionar sobre las palabras de Jesús: "Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra". Porque, al fin y al cabo, hay corruptos en todas los países, pero cuando una sociedad, en su conjunto, tiene altos niveles de corrupción es porque ha consentido con múltiples conductas que forman la llamada "pendiente resbaladiza": primero son conductas insolidarias que incluso hasta se consideran síntomas de talento (el típico listillo que aprovecha el hueco para meter su coche al inicio de una larga fila de pacientes conductores), luego actitudes ilegales de poca monta (no pagar las multas de aparcamiento, piratear libros o películas en internet), luego de más monta (defraudar a Hacienda, evadir capitales), y se acaban aceptando sobornos, extorsionando a empresas que quieren litigar por contratos del Estado, o desviando fondos de algo tan sagrado como los subsidios del desempleo al beneficio propio.
Insisto, no me parece que las personas que llegan a esos extremos sean distintas a nosotros; simplemente han transigido más. Han pasado muchas más rayas, casi siempre sobre la base de argumentos morales tan peregrinos como "lo hace todo el mundo", "hay que ser pragmático", o "para qué voy a pagar impuestos si luego se lo roban los políticos". Sobre este punto, quiero terminar mi entrada de hoy, incluyendo una cita de un libro de entrevistas con el entonces Cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, que acabo de terminar de leer. Me parece que la cita es muy significa, por ser quien es y por decirlo en el país que lo dijo. Muestra, a mi modo de ver, cómo la moralidad debería asentarse sobre principios que no pueden transigirse a la ligera, que están más allá de la subjetividad de cada uno, que parten de un mínimo legal (¡¡no todas las leyes de un gobierno legítimo son justas, pero hay que demostrar que no lo son antes de incumplirlas!!), pero se anclan en temas más profundos, en una determinada consideración de la dignidad humana. De lo contrario, la moral de ocasión, la avaricia del tener, acabará por crear sociedades inhumanas. Decía así el entonces arzobispo de Buenos Aires:"Diría que hay una desvalorización del ejercicio de los principios éticos para justificar su incumplimiento. Por ejemplo —y vuelvo sobre una cuestión emblemática—, cuando estoy en una charla suelo preguntar si se pagan los impuestos —porque es una pregunta que debemos hacer— y muchos responden que no. Uno de los argumentos que se esgrimen es que el Estado se roba ese dinero. “Me los quedo y yo se los doy a los pobres en vez de que vayan a parar a una cuenta en Suiza”, me contestan. De esta manera, se tranquilizan fácilmente. Hoy en día muy poca gente concibe hacer un negocio con la pura verdad. Casi siempre hay una cuota de engaño para intentar vender un “buzón” y eso es aceptado porque “todos lo hacen”. En fin, en la actualidad decimos con frecuencia “esto no va más” o “esto no se estila más”. Todas estas expresiones son una suerte de coartadas ante nuestro incumplimiento de los principios éticos basadas en la mala conducta de los demás" (S. Rubin and F. Ambrogetti, El Jesuíta. La historia de Francisco, el Papa argentino, 2010).

1 comentario:

  1. Muy buen artículo, como todos los que he leído en este blog.
    F. Joaquim Estellé

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