Ayer me mandó un amigo un vídeo elaborado por una revista de automóviles sobre el coche eléctrico. Mi conocida militancia sobre el asunto parece ser un buen blanco para que algunos me lancen andanadas sobre los llamados "puntos oscuros" de la movilidad eléctrica. Después de disfrutar -es el mejor verbo que se me ocurre- de un coche eléctrico durante los últimos 15 meses, nadie mejor que yo conoce las limitaciones del mismo, pero tampoco sus ventajas. Es curioso como muchas personas reaccionan cuando saben que tengo un coche eléctrico, bien sea subrayando las dificultades prácticas, bien los supuestos privilegios de que goza. Claro que tiene dificultades prácticas, como cualquier sistema de transporte, pero de ellas la única relevante es la autonomía, que se matiza mucho cuando uno estudia a fondo sus necesidades de movilidad. Si yo tuviera que hacer viajes profesionales en coche a ciudades lejanas, obviamente no habría comprado un coche eléctrico. Pero no es el caso, como tampoco lo es el de la mayor parte de quienes están tan sumamente preocupados por la escasa autonomía de los modelos disponibles (entiéndase que los que tienen precios asequibles). Con 200 km de autonomía real se pueden hacer bastantes trayectos en un solo día, desde luego para mi son suficientes. Para viajes largos, hay otras formas de transporte.
Frente a ese inconveniente, hay otras muchas ventajas: economía (en torno a 1 € a los 100 km), silencio, suavidad en la conducción, aparcamiento gratuito en las grandes ciudades, acceso a zonas con restricción de tráfico, carga gratuita en diversos lugares públicos... etc. Para mí el más importante es la apuesta por una forma de movilidad mucho más amigable con el medio y con el entorno inmediato. Soy consciente de las emisiones que generan la fabricación del coche y de las baterías, pero la curva global (la que integra todas las emisiones en el ciclo de vida del producto) es claramente favorable al coche eléctrico, sobre todo si -como es mi caso- la energía eléctrica que consumes se produce de fuentes renovables.
Con frecuencia, el consumidor supuestamente preocupado por el medio ambiente usa como excusas de su falta de compromiso real las "dificultades prácticas". En esta vida hay que elegir y casi nunca las elecciones son evidentes: en cada opción hay unos valores que uno fomenta o denigra. Pensar en términos únicamente económicos o de interés personal cuando uno compra algo es dejar al margen el bien común y la solidaridad, seguir construyendo sociedades egocéntricas, donde los problemas siempre tiene que solucionarlos otro. Cada uno que piense sobre los valores que mantiene y actúe en consecuencia.
Frente a ese inconveniente, hay otras muchas ventajas: economía (en torno a 1 € a los 100 km), silencio, suavidad en la conducción, aparcamiento gratuito en las grandes ciudades, acceso a zonas con restricción de tráfico, carga gratuita en diversos lugares públicos... etc. Para mí el más importante es la apuesta por una forma de movilidad mucho más amigable con el medio y con el entorno inmediato. Soy consciente de las emisiones que generan la fabricación del coche y de las baterías, pero la curva global (la que integra todas las emisiones en el ciclo de vida del producto) es claramente favorable al coche eléctrico, sobre todo si -como es mi caso- la energía eléctrica que consumes se produce de fuentes renovables.
Con frecuencia, el consumidor supuestamente preocupado por el medio ambiente usa como excusas de su falta de compromiso real las "dificultades prácticas". En esta vida hay que elegir y casi nunca las elecciones son evidentes: en cada opción hay unos valores que uno fomenta o denigra. Pensar en términos únicamente económicos o de interés personal cuando uno compra algo es dejar al margen el bien común y la solidaridad, seguir construyendo sociedades egocéntricas, donde los problemas siempre tiene que solucionarlos otro. Cada uno que piense sobre los valores que mantiene y actúe en consecuencia.