Hablar del celibato en el mundo que nos rodea parece tan exotérico como de hadas madrinas o centauros. Una sociedad que exalta hasta
límites patológicos la sexualidad humana no entenderá fácilmente que haya
personas que renuncien a ella por un fin espiritual. Ni lo entenderán ni lo
creerán seguramente, pensando que todos los supuestos célibes en realidad
llevan una vida oculta nada ejemplar. Casi siempre esta polémica sobre el
celibato se ha circunscrito al de los sacerdotes, asociado al ministerio
clerical en la Iglesia latina desde el siglo XII (I Concilio de Letrán), aunque
ya se venía practicando desde la época apostólica. Sin embargo, conviene
recordar que hay muchas otras personas, dentro y fuera de la Iglesia católica
que viven también una vida célibe: budistas, hinduistas, algunas ramas del
protestantismo, o incluso judíos o musulmanes decide abrazar un estado de vida
más radicalmente orientado al cuidado de su vida espiritual y a la atención a
otras personas. Incluso en la Roma clásica, una de las tareas de mayor
relevancia social, el mantenimiento del fuego sagrado de Vesta, era ejercida
por mujeres célibes, lo que indica que en muchas tradiciones religiosas se ha
valorado a quienes seguían este camino.
Comprender la vida célibe de las personas laicas, que viven
y trabajan en medio de las circunstancias cotidianas de la sociedad del siglo
XXI, sin consagración clerical o religiosa, entender sus razones y penetrar en
su vivencia son los objetivo de un libro que he publicado recientemente en la
editorial Digital Reasons. Está
estructurado en cuatro capítulos: una revisión histórica de cómo el celibato
espiritual se ha vivido en la tradición cristiana y en otras grandes
tradiciones espirituales, con particular detalle en el celibato de los laicos
en los primeros siglos de la Iglesia; el sustrato teológico en el caso del
celibato de los laicos cristianos; el sentido último de esta dedicación, y
finalmente algunas experiencias vivenciales de cómo se desarrolla este estilo
de vida en la sociedad actual.
Obviamente el celibato para un cristiano es una respuesta a
una llamada de Dios, no un plan para el perfeccionamiento personal. Como resumen
de este libro podría afirmar que quien se da del todo a Dios, lo tiene Todo,
porque Dios es Amor infinito. Por tanto, el célibe es alguien que sabe amar
“con todo el corazón” a Dios y a los demás, como nos pide el primer y más
importante mandamiento predicado por Jesús.
Una persona que vive el celibato espiritual no es alguien seco, que
envidia lo que renuncia, sino alguien plenamente enamorado, que quiere tanto
que no puede querer solo a una persona: quiere en primer lugar a Jesucristo, y
después a todos los que Él pone cerca de su itinerario vital.