"Una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie". Me encantan estas palabras del Papa Francisco que escribió al poco de iniciarse su pontificado, en la Evangelii Gaudium. Creo que hay que darle muchas vueltas cuando nos preguntamos por qué determinadas ideas prevalecen u otras se marchitan. No se trata tanto de que sean razonables (mucho mejor si lo son) o incluso coherentes (todavía mejor), sino de que se presenten con convicción, de modo positivo, festivo si se quiere. Ciertamente la manera de presentar las ideas propias no debería ser garantía de éxito, porque también puede hacerse entusiasta apología de cosas muy poco razonables, pero en la sensibilidad contemporánea, cuenta mucho más el entusiasmo con el que se presenta que la solidez del argumento.
Me parece que esta afirmación vale para casi todo, desde la transmisión de la Fe, que era en el marco en el que el Papa Francisco presentó la frase que he citado antes, hasta la promoción de una estilo artístico, una escuela de pensamiento o un programa político. Sin entusiasmo es difícil cambiar las mentalidades. Y el entusiasmo lleva consigo imaginación para presentar el mensaje, coraje para defenderlo en todas las circunstancias, y testimonios personales que muestren el éxito de quien lo aplica con coherencia.
Pese a haber escrito un libro sobre el entusiasmo en la vida cristiana (permitanme que lo recomiende de nuevo), me sigue dando una "envidia sana" (si tal cosa existe) las personas que transmiten entusiasmo en el mensaje que propagan, sobre todo en el mundo académico en el que me muevo, porque muchas veces me reconozco como mas racionalista que emotivista. Obviamente presentar argumentos sólidos, certeros, es muy importante en la educación, pero también transmitirlos con pasión, con verdadero entusiasmo, ayuda enormemente a crear empatías, no sólo a transmitir conocimientos, sino vivencias, y por tanto, hábitos que estimulen el cambio. Y sin cambio, sin mejora, la educación -en cualquier nivel académico- se queda coja.
Me venía esta reflexión a la mente viendo estos días la situación de Cataluña. Un grupo presenta argumentos muy "serios" (la ley, la constitución, el estado de derecho); otro presenta testimonios y eslóganes que se apoyan en valores muy atractivos (libertad, autonomía, pacifismo...), que hablan de la vida, no solo de la razón, que indican lo que les gustaría ser y no lo que deberían ser. Me preocupa que los catalanes que prefieren mantenerse en España no parezcan mostrar entusiasmo por ello, mientras los secesionanistas lo ofrecen con ocasión o sin ella, sin apelar a razones de peso, que todavía no acabo de entender en profundidad. ¿Alguien puede explicarme exactamente por qué quieren separarse? ¿Qué grado nuevo de libertad adquirirían? ¿Dejarían de aplicarse las leyes, serían otras, cuáles? ¿Tendrían mejores servicios públicos? ¿Dejarían de pagarse impuestos? ¿Habría otros territorios en Cataluña que también tendrían derecho a la autodeterminación?
Me parece que si se quiere cambiar la marea que lleva a una gran parte de la población catalana al independentismo es preciso articular un mensaje ilusionante, entusiasta, de qué significa estar en España, qué aporta la Historia común, la cultura compartida, la forma de ver el mundo, los valores familiares, las tradiciones... No es solo cuestión económica, ni jurídica, sería muy poco entusiasmante que fuera solo eso.
Me parece que esta afirmación vale para casi todo, desde la transmisión de la Fe, que era en el marco en el que el Papa Francisco presentó la frase que he citado antes, hasta la promoción de una estilo artístico, una escuela de pensamiento o un programa político. Sin entusiasmo es difícil cambiar las mentalidades. Y el entusiasmo lleva consigo imaginación para presentar el mensaje, coraje para defenderlo en todas las circunstancias, y testimonios personales que muestren el éxito de quien lo aplica con coherencia.
Pese a haber escrito un libro sobre el entusiasmo en la vida cristiana (permitanme que lo recomiende de nuevo), me sigue dando una "envidia sana" (si tal cosa existe) las personas que transmiten entusiasmo en el mensaje que propagan, sobre todo en el mundo académico en el que me muevo, porque muchas veces me reconozco como mas racionalista que emotivista. Obviamente presentar argumentos sólidos, certeros, es muy importante en la educación, pero también transmitirlos con pasión, con verdadero entusiasmo, ayuda enormemente a crear empatías, no sólo a transmitir conocimientos, sino vivencias, y por tanto, hábitos que estimulen el cambio. Y sin cambio, sin mejora, la educación -en cualquier nivel académico- se queda coja.
Me venía esta reflexión a la mente viendo estos días la situación de Cataluña. Un grupo presenta argumentos muy "serios" (la ley, la constitución, el estado de derecho); otro presenta testimonios y eslóganes que se apoyan en valores muy atractivos (libertad, autonomía, pacifismo...), que hablan de la vida, no solo de la razón, que indican lo que les gustaría ser y no lo que deberían ser. Me preocupa que los catalanes que prefieren mantenerse en España no parezcan mostrar entusiasmo por ello, mientras los secesionanistas lo ofrecen con ocasión o sin ella, sin apelar a razones de peso, que todavía no acabo de entender en profundidad. ¿Alguien puede explicarme exactamente por qué quieren separarse? ¿Qué grado nuevo de libertad adquirirían? ¿Dejarían de aplicarse las leyes, serían otras, cuáles? ¿Tendrían mejores servicios públicos? ¿Dejarían de pagarse impuestos? ¿Habría otros territorios en Cataluña que también tendrían derecho a la autodeterminación?
Me parece que si se quiere cambiar la marea que lleva a una gran parte de la población catalana al independentismo es preciso articular un mensaje ilusionante, entusiasta, de qué significa estar en España, qué aporta la Historia común, la cultura compartida, la forma de ver el mundo, los valores familiares, las tradiciones... No es solo cuestión económica, ni jurídica, sería muy poco entusiasmante que fuera solo eso.