domingo, 23 de abril de 2017

¿Somos algo más que máquinas?


http://www.digitalreasons.es/libro.php?valor=Inteligencia%20Artificial.%20%C2%BFConciencia%20artificial?

El vertiginoso desarrollo de la tecnología nos asombra a cada momento, presentando cada vez más sofisticadas aplicaciones de cómo las máquinas pueden imitar o reemplazar las cosas que hacíamos hace apenas unas décadas en exclusiva los seres humanos, o incluso abordar otras muchas que serían inviables para nuestra capacidad. Son numerosas las películas que nos hablan de un futuro donde las máquinas serán casi irreconocibles de las personas, incluso para ellas mismas: desde Blade Runner, hasta Inteligencia Artificial, pasando por Yo Robot se aportan reflexiones sobre los límites de esta inteligencia "artificial", que lleva camino, según algunos, de reemplazar a la humana.
Pero no hemos de olvidar que cualquier máquina debe su capacidad a haber sido programada por una inteligencia humana, y que todavía ignoramos muchísimas cosas del cerebro humano para afirmar, con cierta base, que los engendros artificiales están imitando bien nuestro pensamiento. La clave tal vez está en considerar que un ser humano es únicamente un cerebro avanzado, una máquina igual a las que construimos pero más compleja. Incluso se llega a plantear la posibilidad de transferir el cerebro de una persona a una máquina, o de reparar el dañado con implantes artificiales. No soy especialistas en estas cuestiones, obviamente, pero sí me preocupa el impacto ético que estas cuestiones pueden llevar consigo. Sin duda una mejor referencia que las reflexiones que pueda yo realizar en esta entrada es el libro recientemente publicado de la profesora Natalia López Moratalla sobre estas cuestiones: Inteligencia Artificial. ¿Conciencia artificial?, es una obra que invita a la reflexión y que presenta el estado actual del desarrollo y las implicaciones científicas y morales que esta carrera por entender mejor y emular el cerebro humano están llevándose a cabo en buena parte de los países más desarrollados tecnológicamente. Un ensayo muy interesante para quien quiera entender mejor las diferencias entre mente y cerebro, entre máquina y persona, para comprender que no somos únicamente un material genético, sino primeramente un ser que se relaciona, que recibe del entorno (natural y humano) buena parte de su carácter, que conjuga a la perfección Biología e Historia.

domingo, 16 de abril de 2017

Escuchar la Primavera

A inicios de los años sesenta se publicó uno de los libros que ha tenido mayor impacto en la concienciación ambiental de la sociedad. Lo tituló su autora, Rachel Carson, con la significativa expresión: "La primavera silenciosa", aludiendo al impacto que tendría sobre la avifauna el uso generalizado de insecticidas organoclorados (singularmente el DDT). Tras agrios debates con la industria química, finalmente se concluyó que efectivamente ese compuesto se acumulaba en los tejidos grasos de los distintos animales que la forman la cadena alimenticia, provocando deformaciones graves o la muerte. Eventualmente ese libro generó uno de los primeros debates públicos sobre el papel del ser humano en la alteración masiva de los sistemas naturales, afectando finalmente a su propia salud, lo que llevó a prohibir el DDT y a crear una de las primeras agencias de protección ambiental del mundo, la EPA.

Me venía  a la cabeza esta idea en los últimos días, en los que he estado disfrutando del paseo en bicicleta a lo largo de dos vías verdes que atraviesan el centro-oeste de la Península: el camino natural de las Vegas del Guadiana y la vía verde de la Jara. Ambas son muy recomendables para quienes aprecian el paisaje, en España casi siempre imbricado de acción humana y presencia natural. Las dehesas de un verdor agradecido en esta época del año, las encinas recien rebrotadas, los matorrales mediterráneos -la jara, el espliego, la retama-, adornadas con sus mejores flores. Todo eso es evidente a la vista, incluso al viajero menos contemplativo. Sin embargo, no resulta tan obvio apreciar la belleza de los sonidos, quizá porque vivimos en una sociedad que huye despavorida del silencio. Una primavera silenciosa sería ciertamente muy trágico: sin las aves que nos observan desde la altura, se interrumpirían muchos ciclos naturales que nos acabarían afectando irremediablemente. Pero las aves, como cualquier otro elemento de la naturaleza, no sólo sirven para servirnos. Está ahí porque Dios ha querido que estén, porque forman una parte imprescindible del concierto de la vida: sin ellas no habría orquesta, nada sonaría igual. Necesitamos apreciarlas, escucharlas, pensar en lo que nos transmiten. Deberíamos escuchar más a menudo, no sólo a otras personas, no sólo a músicas grabadas en aparatos más o menos sofisticados. Escuchar los sonidos del ambiente, abrirnos al exterior, reconocer que hay belleza, vida, complemento de nuestra propia existencia más allá de nosotros mismos, de nuestros limitados intereses.
Me encanta la bicicleta porque es un medio silencioso, que permite recorrer distancias notables sin aislarte del entorno. Puedes escuchar, mirar, pararte, oler... También a pie, pero es difícil llegar tan lejos. Han sido 110 km de una experiencia excelente. Desde aquí agradezco a quienes mantienen esas vías verdes, esos paseos naturales, que nos permiten conocer la belleza de nuestros paisajes, apreciar lo que nos rodea y disfrutar lo que Dios nos regala.

domingo, 2 de abril de 2017

Trump y el cambio climático

Esta semana el presidente Trump nos volvía a aturdir con su verborrea "antisistema" a la vez que firmaba un decreto que echaba por tierra los compromisos de EE.UU. en la lucha contra el cambio climático. Mejor sería decir los compromisos del gobierno federal de EE.UU., por que estoy bastante seguro que muchos gobiernos estales y locales van a seguir tomándose en serio este problema ambiental. Al margen de la gravedad de la cuestión, la actitud de Trump y de quienes le rien las gracias resulta sonrojante. Que un compromiso firmado por 200 países del mundo se pretenda ahora obviar precisamente por el país más rico del mundo y el que más ha contribuido históricamente al problema es realmente vergonzoso. Apartarse unilateralmente de un acuerdo internacional que tu país
ha firmado es, cuando meno,s una actitud muy poco solidaria. Si además se hace en nombre de una supuesta recuperación de la economía nacional, precisamente en el país más rico del mundo, es moralmente impresentable. Si encima lo hace oponiéndose a la inmensa mayoría de la comunidad científica de su propio país, que le informa de la gravedad del problema y de los impactos que ya está teniendo sobre su propia economía, resulta de una estupidez proverbial.
Es una pena que el cambio climático se haya convertido en un tema partidista en EE.UU., quizá como fruto de un activismo desmedido de quien fuera candidato a la presidencia de uno de los dos grandes partidos. Lo que debería ser una cuestión científica, acaba convirtiéndose en un campo para la pelea ideológica, y para el "tu quitas y yo pongo, o viceversa" de los vaivenes políticos. Un problema global debería enfrentarse globalmente, no ya solo entre los distintos partidos de un país, sino en la comunidad de naciones. Para eso se firmaron los tratado internacionales de cambio climático, de biodiversidad y de desertificación en la cumbre de la Tierra de 1992. Rechazar los acuerdos por los intereses nacionales, muy discutibles por otra parte, suena mucho a egoísmo nacionalista, a egoísmo además miope, porque fomentar la industria del carbón o del resto de los combusibles fósiles en EE.UU. no ayuda nada a la innovación tecnológica, que en cambio está directamente ligada a las energías renovables.
Llevo ya varios años dando conferencias sobre cambio climático, la última esta semana en Avila. Para mi el asunto, dentro de la complejidad de cualquier tema científico, es bastante claro. Un elemental principio de precaución lleva a adoptar medidas contundentes que casi nadie está abordando. No nos queda mucho tiempo. Comentaba en mi última intervención sobre este tema que cuando el cambio climático sea evidente a todo el mundo, será demasiado tarde. Entonces los escépticos (permitanme la profecia, pero eso ocurrirá en menos de 10 años) sugerirán medidas de geoingeniería: reducir artificialmente la temperatura terrestre oscureciendo la luz del sol. Económicamente es más rentable que cambiar nuestra economía carbónica, pero ambientalmente las incertidumbres son inmensas y puede acabar en un desastre planetario, quizá en una nueva glaciación. ¿Por qué no tomamos las medidas ahora? ¿Seremos tan cortoplacistas para relegar la solución de los problemas a nuestros descendientes? ¿Es justo que queramos usar desmesuradamente los recursos del planeta para dejar a quienes vengan después las consecuencias de unos estilos de vida insostenibles?